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Hoy es Jueves de la Octava de Pascua: "No teman; soy yo. Miren mis manos y mis pies"

  • Foto del escritor: Santuario San Judas Tadeo
    Santuario San Judas Tadeo
  • hace 16 horas
  • 2 Min. de lectura

24 de Abril



Jueves de la Octava de Pascua


Hoy, jueves 24 de abril, celebramos el quinto día de la Octava de Pascua. La lectura del Evangelio está tomada nuevamente del relato de San Lucas (Lc 24, 35-48), quien nos narra lo sucedido inmediatamente después del regreso, desde Emaús, de los dos discípulos que se encontraron con Jesús en el camino.

Cuando ambos llegaron al lugar donde estaban los apóstoles, les contaron todo lo que pasó, y cómo habían reconocido a Jesús “al partir el pan”. De pronto, Jesús se presentó en medio de ellos. Y aunque los saludó con la paz, todos los presentes se llenaron de miedo. “No teman, soy yo”, les dice el Señor. Jesús ha percibido el espanto o las dudas que ha producido, y los llama a confiar y a creer: “Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona”. No obstante los discípulos parecían no poder salir de su estupor, aunque empezó a amainar y a dar paso a la alegría. “¿Tienen aquí algo de comer?”, pregunta Jesús con la intención de ratificar que está allí en cuerpo y espíritu. Además, evoca con su pedido la familiaridad y cercanía de siempre, interrumpida por el proceso que lo condenó a muerte. Ahora, los amigos están reunidos otra vez en comunidad, en un reencuentro cuyo centro es el Maestro, quien volverá sobre las Escrituras para explicar cómo todas las profecías sobre el Mesías se han cumplido. Y en ese momento se produce otro milagro: por fin a los discípulos “se les abrió el entendimiento” y comprendieron el sentido de lo escrito siglos atrás. No obstante, la historia no acaba allí, no; recién comienza. Jesús anuncia que “en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados”.

En sus Catequesis, San Cirilo de Jerusalén (315-386), refiriéndose al Bautismo como paso de la muerte a la vida, dice lo siguiente: «Cristo sí que fue realmente crucificado y su cuerpo fue realmente sepultado y realmente resucitó; a nosotros, en cambio, nos ha sido dado, por gracia, que, imitando lo que él padeció con la realidad de estas acciones, alcancemos de verdad la salvación. ¡Oh exuberante amor para con los hombres! Cristo fue quien recibió los clavos en sus inmaculadas manos y pies, sufriendo grandes dolores, y a mí, sin experimentar ningún dolor ni ninguna angustia, se me dio la salvación por la comunión de sus dolores». 

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